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A PROPÓSITO DEL ASESINATO DE ESTUDIANTES Y DE LA CORRUPCIÓN DESBOCADA


Durante la candidatura presidencial, cuando instalamos en el debate político la idea de una refundación del país, hablábamos en serio. No era el resultado de una reflexión puramente ideológica o analítica. No eran conclusiones de un estudio político sobre el acontecer nacional. Provenía fundamentalmente de un dolor diseminado, parafraseando a Neruda.

Nos dolía y nos duele ver a Chile sometido y humillado, desprovisto y depredado. Nos dolían y nos duelen los 15 mil niños maltratados en los campos de concentración del SENAME y los tantos trabajadores de ese servicio que intentan lo imposible con los pocos recursos que les asigna el Estado, mientras otros reciben por quintales los recursos para hacer sus negocios y para involucrarse en indecentes mafias de corrupción, que explican impertérritos con la vulgar hipocresía ante los medios de comunicación. Dolía y duele ver en las calles del país a jóvenes estudiantes, vendiendo sus oficios –malabaristas, músicos, bailarines- para pagar sus estudios o ayudar a sus padres, sin derechos y sin protección. Dolía y duele ver a los profesores de Chile, maestros de los nuevos hombres y mujeres, reventados por la carga de trabajo y los sueldos indecentes; Dolían y duelen las escuelas públicas rebajadas a cloacas indecentes, a espacios vacíos de todo bienestar; dolía y duelen los pescadores artesanales arriesgando su vida cada vez más allá del horizonte para hacer el pan de cada día, mientras las empresas pesqueras de los grandes grupos económicos se apropian de la representación popular comprando políticos desvergonzados que profundizan su descaro justificando sus fechorías; dolían y duelen los mapuches encerrados por pedir respeto, dignidad y tierra; dolía y duelen los hospitales precarios e insuficientes; y así podríamos seguir en un largo e interminable recuento de dolores diseminados que con el tiempo no se resuelven ni aplacan, sino que, además, se profundizan y agravan.

A esos viejos dolores, se suman hoy el reconocimiento de la corrupción descarada y desfachatada de la clase política, cuya máxima figura es la Presidente de Chile, Michel Bachelet, quien no ha escatimado recursos de hipocresía para desentenderse de la corrupción en que ha estado involucrada a través de familiares y colaboradores directos. Duele que lo haga sin que existan mecanismos democráticos para que asuma su responsabilidad. Si Chile fuera un país democrático de verdad, ella ya habría presentado su dimisión. Pero, en este Chile que nos duele, es impensable que ocurra algo semejante. Es más probable que estos políticos inescrupulosos vuelvan a ser elegidos y a ocupar nuevos cargos que renuncien y desaparezcan para siempre.

¿Qué decir del asesinato de los estudiantes en Valparaíso? ¿No nos duele como sociedad supuestamente civilizada semejante expresión de desenfreno e irracionalidad? ¿No nos duele leer hasta el hartazgo las justificaciones que muchos chilenos hacen de ese asesinato?

Todo esto que nos duele, sólo se entiende en una sociedad enferma acostumbrada a la impunidad y al abuso que no tiene ni la más mínima noción del derecho, ni del respeto ni de la tolerancia, que tiene profundamente desajustada la estructura de valores, que no distingue entre lo que es importante y lo que es inaceptable.

Desde la dictadura militar hasta nuestros días, la clase dirigente se ha empeñado en construir esta sociedad brutalizada y desnaturalizada. Esto es grave y exige un comportamiento político de sus ciudadanos destinado a terminar con esta clase política. Eso es nada más y nada menos que asumir la tarea política de materializar el proyecto político de la refundación de Chile, de una asamblea constituyente que termine con la ignominiosa Constitución de la Dictadura firmada por un Presidente concertacionista (Ricardo Lagos), acabar con las pensiones basura de las AFP, con la educación mercantilista y lucrativa, con la salud desenfadadamente fundada en el negocio de clínicas e isapres, con la persecución al Pueblo Mapuche, entre tantas cosas que hay que cambiar radical e inexorablemente.

No solo el dolor que motivo el proyecto refundacional sigue vigente, sino que el proyecto mismo, porque en este Chile que nos duele, es mucho más probable el asesinato irracional de estudiantes que la educación de excelencia gratuita y pública.

Nos hace falta ser una comunidad capaz de imaginar –al decir de Lennon- que no hay nada por lo que matar o morir, a nuestro pueblo viviendo la vida en paz, sin necesidad de codicia o hambre. Nos hace falta imaginar una sociedad de derechos.

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